lunes, 23 de agosto de 2010

3. Cromañon. Jueves 30, cerca de las 11 de la noche

Unos minutos después de las 11 de la noche pegajosa del 30 de diciembre, las placas fijas de Crónica TV anunciaban: "se incendia bailanta en plaza once – habría un muerto".

Lo de “bailanta” hubiera enervado al empresario que gerenciaba el lugar. Mientras la zona se poblaba de sirenas, la noticia ganó rápidamente la calle. A las 22.50 habían sido alertados los bomberos.

El doctor Aníbal Ibarra se enteró por un llamado del entonces secretario de Salud, doctor Alfredo Stern[i], cuando la pantalla ya anunciaba cuatro muertes. La subsecretaria Gabriela Alegre, que hizo su bachillerato en el Nacional Buenos Aires junto al jefe de Gobierno y pertenece a su círculo íntimo, también lo llamó al celular y le comunicó sus sospechas de que el incendio era mas grave de lo que por el momento se decía.

–Andá a Defensa Civil– le aconsejó.

Para ella comenzaba un período de súbita trascendencia mediática y que marcaría un perfil de la gestión de Ibarra: se la vio treinta días mas tarde, pálida y cariacontecida, a la derecha de su jefe, durante las dos largas sesiones en las que el macrismo opositor pasó algunas facturas y evadió unas cuantas responsabilidades. Casi no descansó en los tres días posteriores al incendio, y apenas celebró el fin de año con su familia. A la licenciada Alegre le había tocado la tarea penosa de recibir a los familiares de las víctimas, "contenerlos" según la jerga, ayudarlos a superar la primera etapa de horror mudo que provoca la muerte, facilitar los trámites de reconocimiento en la Morgue Judicial, la entrega de cuerpos, un pequeño subsidio, las cocherías, las idas y vueltas a la Chacarita, donde se había habilitado una enorme sala refrigerada en la que los cadáveres se apilaban como reses...

Cerca de las 23 hs., las cámaras, sin pudor, mostraban el cuerpo quemado de un chico junto al cordón de la calle Bartolomé Mitre. Que nadie le prestara atención era un signo elocuente de la real magnitud del siniestro.

A su alrededor, el caos: las ambulancias llegaban, partían y volvían a llegar esquivando a los curiosos; policías, bomberos, putas, vecinos, taxistas, chicos y de la calle y víctimas entraban y salían de Cromañón con nuevas víctimas, cuerpos inmóviles sobre los que se aplicaban técnicas de resucitación improvisadas, decenas de personas desorientadas o ganadas por el pánico que corrían sin rumbo fijo, enfermeros, voluntarios provenientes de los hoteles y pensiones vecinas, jovenes semidesnudos exigiendo atención a los gritos y otros con remeras y cabellos en llamas, médicos perplejos, padres buscando a sus hijos, mangueras cruzadas sobre la calle, camillas, tubos de oxígeno.

Se estaba incendiando República Cromañón, y las primeras ambulancias del SAME llegaron 7 minutos después de radiada la alerta. Luego se sabría que estuvieron involucradas unas 700 personas del sistema de salud para atender a 900 pacientes.

Se certificaría que nueve murieron en los hospitales, veintisiete en el lugar y el resto, la mayoría, en el traslado.



Pedro Iglesias fue uno de los tantos concurrentes que pudo salir, pero retornó para sacar mas víctimas y acabó muriendo. Su padre, el abogado José Antonio Iglesias[ii], sostuvo que esos improvisados socorristas fueron “héroes”, y del mismo modo los llamó el ex juez Bossert.

Iglesias dirá también: “Que todos sepan que ha nacido otro Blumberg”.

El local estaba autorizado para albergar 1.037 espectadores, pero habría aproximadamente seis mil. Callejeros se había comprometido a “meter” 3.000 personas, y otro tanto Omar Chabán. Los registros de Sadaic agregados a la causa mencionan casi 3.000 “legales”, pero a la vez son una prueba de que el máximo autorizado era sólo una cifra de la burocracia, algo que nadie respetaba. En el negocio del espectáculo se suele repartir la diferencia del resto, y sólo se pagan impuestos por los autorizados.

Cultura de la evasión.

Manejando su Renault 21 particular, Ibarra llamó por celular a todos sus colaboradores directos y los citó en Defensa Civil, Estados Unidos al 3200, muy cerca de Plaza Once. Cuando entraba, quizás sintió el impulso de dirigirse al lugar del siniestro, pero se contuvo: su obligación era dirigir el operativo de acuerdo al Plan de Catástrofes y Emergencias Urbanas diseñado por el equipo que coordina un ex ucedeísta. Pidió a un empleado que lo llamara.

–El doctor Crespo Campos[iii] está de vacaciones en San Martín de los Andes– le respondieron.

A esa hora, Crónica TV iba anunciando nuevos muertos en una contabilidad macabra: de dos o tres se saltó a treinta, luego cuarenta...

El ministro Aníbal Fernández, que como el secretario general de la Presidencia tuvo parientes involucrados en el siniestro, no se enteró por la televisión sino por un llamado del Jefe de Policía.

Ibarra se sumió en los detalles del Plan de Catástrofes: acordonar la zona, establecer un punto de entrada y salida de ambulancias, designar un jefe operativo en el lugar del siniestro, marcar un corredor para evacuar heridos, instalar un lugar para clasificar a los heridos según su gravedad mediante carteles de cartón de distintos colores...

¿Quién carajo se encarga de esos cartones?

Desde que se evaporaron las Torres Gemelas circula por internet una especie de rutina universal normalizada de las catástrofes, con términos como triage, noria, cramp, start, donde todo pareciera estar previsto. La Argentina tuvo sus propios desastres urbanos: los bombazos contra la embajada de Israel y la AMIA; el avión de LAPA, las inundaciones en Santa Fe. Algunas fundaciones ofrecen los planes con la lógica globalizada del mercado: el mismo mensaje para un beduino o un ciudadano de Nueva York.

Las imágenes que se recibían en Defensa Civil, como en miles de hogares, por las imágenes de Crónica, parecían mostrar que la realidad no respondía a los manuales.

Los tubos de oxígeno se apilaban en medio de la calle pero no había máscaras para utilizarlos. Las ambulancias tenían dificultades para acercarse a la zona. Nadie dirigía el operativo de salvamento y todo dependía de la voluntad individual. Los bomberos (que tuvieron cinco heridos) aceptaron que las propias víctimas reingresaran al local para ayudar, y a ese clima caótico se sumaron padres y vecinos, por lo que la policía se excusó de vallar, lo que hubiera requerido, además de llamas y gases tóxicos, más gases y palos.

Hubo escenas de pugilato cuando algunos vecinos y familiares arrebataban las máscaras de los bomberos para ingresar ellos mismos a rescatar heridos. Recién a las 23.55 se estableció un puesto médico en Bartolomé Mitre y Ecuador, pero las víctimas que salían hacia Jean Jaures eran abandonadas a su destino y deambulaban por los alrededores

Alfredo Stern, Secretario de Salud, se había comunicado con el director del SAME, ordenando derivar todas las ambulancias disponibles, incluyendo una recién adquirida, para catástrofes. Llegaron medio centenar, cada una de los cuales, además de equipamiento para emergencias, estaba tripulado por un médico, pero la suma de inoperancia y caos fueron suficientes como para limitar su papel al traslado de víctimas cuando su función era prestar primeros auxilios y un diagnóstico genérico. Aparecieron también unas cuantas 4x4 de Defensa Civil: ¿para qué necesita el gobierno de la ciudad una flotilla de costosas camionetas todoterreno, adecuadas para atravesar paisajes ásperos?

Se decidió, tardíamente, que el Hospital Ramos Mejía sería el primer centro de recepción de víctimas por su cercanía (aunque era forzoso organizar un centro de atención primaria en las inmediaciones) el que un rato mas tarde ya no estaba en condiciones de recibir pacientes: 350 personas habían sido atendidas antes de las 2 de la mañana y se corría el riesgo de acabar con insumos críticos. Por Urquiza, Caseros y Almafuerte pronto comenzaron a correr ambulancias, patrulleros, colectivos fuera de servicio, carros de asalto y autos particulares que trasladan heridos rumbo al Penna, el segundo más cercano. Casi todos volvían para cargar nuevas víctimas.

En el curso de la madrugada, todos los centros de salud de la ciudad y Gran Buenos Aires, públicos y privados, fueron puestos en estado de alerta roja.

Algunos servicios de ambulancias particulares prestaron varios vehículos, unos pocos, pero fue una decisión voluntaria de las empresas aunque el Plan de Catástrofes lo exigía.

La policía recién respondió a la orden de acordonar la zona cuando apareció por el lugar el ministro Aníbal Fernández, su jefe directo. En rigor, varios cientos de espectadores se agolpaban en Bartolomé Mitre, pugnando por entrar frente a un Chabán que se restregaba las manos palpitando el éxito de la convocatoria, instantes antes que se declarara el incendio. Sea porque eran una multitud ingobernable, o porque no estaban en condiciones mentales de entender qué sucedía, lo cierto es que cuando entraron los bomberos, los que estaban afuera seguían haciendo fuerza para entrar. Esto motivó que se pidieran refuerzos policiales: una sección de la Guardia de Infantería y varios patrulleros llegaron en unos minutos y fueron recibidos a las piñas por los que todavía no habían entrado. Un auto policial quedó destrozado.

Los chicos que todavía pugnaban por entrar al local cuando Callejeros ya arremetía con el primer tema de la noche, chocaron con los que salían aterrados y sin aire: todos creyeron que la Guardia de Infantería había llegado para reprimirlos.

No era la primera vez ni sería la última.

Pero la refriega no duró mucho. Unos minutos después, el panorama era otro: policías, bomberos, vecinos y víctimas se mezclaban sin diferenciación para seguir evacuando a los que habían quedado prisioneros del humo y las puertas trabadas desde afuera.

Aníbal Fernández, que había ordenado a su chofer dirigirse a toda velocidad hacia Plaza Once luego de enterarse que uno de sus familiares, fanático de Callejeros, estaba en República Cromañón, informó al Presidente de vacaciones en El Calafate y luego se comunicó con Ibarra. El Jefe de Gobierno comenzó a gritar que los policías "estaban como tarados". Stern, que se había trasladado a Plaza Once, le respondió por el celular:

–No, Aníbal. Están tan abrumados como nosotros.

En ese momento, el jefe de Gobierno tuvo conciencia de que su cargo pendía de un hilo. ¿Comenzaba su declinación política? ¿Debía mostrar cierta solidaridad? ¿Estaba moralmente obligado a acercarse al lugar?

Flanqueado por su gabinete, el Jefe mantenía una apariencia imperturbable.

–Andá pensando como zafamos de esta– le dijo a Telerman[iv], y éste en lugar de hacerlo, primero ordenó clausurar su propio local de espectáculos y luego comenzó la cuenta regresiva para quitar a Ibarra del medio.

El ex concuñado de Ibarra, Juan Carlos López[v], de prolija actuación en el juicio contra las Juntas Militares, le recordó que República Cromañón era propiedad de Emir Chabán y que intentaba comunicarse con la subsecretaria Fiszbin, ex maestra jardinera y de vacaciones en Brasil.

Ibarra había recibido varias veces a Chabán en su despacho, donde el empresario solía fingir llantos, e improvisaba lamentos del repertorio operístico wagneriano o gritos histéricos para obtener el favor del jefe de Gobierno. Su local Cemento había perdido el glamour de los 90.

La subsecretaria Alegre le aconsejó:

–Andá a los hospitales; andá a Once y ayudá con los cuerpos. Hay que estar presente; hay muchos pibes muertos.

–Si voy me linchan– dicen que respondió.

Había dado con el clavo sobre el ánimo que prevalecía en la calle Bartolomé Mitre a esa hora de la noche.

El subsecretario de Derechos Humanos Eduardo Duhalde –conocido como El Bueno para diferenciarlo del otro, Duhalde dirigió durante los años setenta la revista “Militancia” junto con Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la triple A– había sido recibido con insultos. Ibarra nunca apareció por el lugar.

Entretanto, la realidad se empecinaba en no responder a los manuales. Aunque muchas víctimas evacuadas presentaban quemaduras y golpes, nada indicaba que esos fueran los daños principales, porque –se sabría más tarde– casi todos presentaban intoxicación aguda por la inhalación de gases letales.

¿Cuál era el orden de ingreso a las guardias y salas de terapia intensiva en casos de intoxicación o inhalación masiva, si no había signos externos de gravedad?

¿Cómo se clasificaba a los heridos según su estado, toda vez que los manuales comunales indican la necesidad de individualizarlos con cartones de color para una rápida identificación?

Nadie lo supo por un buen rato, y los cartones nunca aparecieron.

En la posterior interpelación a Aníbal Ibarra, la legisladora Soledad Acuña (hoy esposa de Diego Kravetz, PJ, con quien comparte un piso en Puerto Madero), asesora de empresas y mecanógrafa, estrenó apresuradamente sus conocimientos sobre las rutinas de las catástrofes y criticó con dureza las fallas del operativo y la cuestión de los cartones.




[i] El doctor Alfredo Stern fue eyectado del área de salud cuando arreciaba la crisis del Garraham. Sería reemplazado por el doctor Donato Spaccavento, de buena llegada a sectores peronistas. El nuevo ministro había sido director del Hospital Argerich, donde suele atenderse el Presidente Kirchner de su afección estomacal, y acompañó la intervención de Santiago del Estero a cargo del ex-fiscal Lanusse.


[ii] El abogado José Antonio Iglesias estuvo 18 años en el poder judicial. Su carrera culminó como Secretario de la Cámara de Apelaciones en lo Comercial. Fue gerente del The Bank of New York, con el que sigue relacionado. Fue ejecutivo de la Asociación de Bancos de la República Argentina. Es profesor en las universidades Austral, Lomas de Zamora y La Plata. Es miembro activo del American Bankcruptcy Institute, de EEUU. Su estudio está asociado con el de Rodolfo Barra, el ex polifuncionario menemista y factótum (con su colega Dromi) de las privatizaciones. Iglesias es liquidador judicial de El Hogar Obrero. El periodista Juan Salinas (Narcos, Banqueros y Criminales, pág. 242) sostiene que Iglesias fue apoderado de dos empresas fantasma propiedad de Rubén Beraja, The Altona y Greypark, con sede en Panamá. El abogado Mateo Corvo, dice Salinas, opina que “Iglesias no es sólo el abogado de Beraja experto en finanzas: es su cómplice en las operaciones de lavado de dinero”. Como se recordará, Beraja está procesado en la quiebra fraudulenta del Banco Mayo y según el periodista Salinas, que investigó el tema exhaustivamente, fue uno de los artífices del encubrimiento a los responsables del atentado contra la AMIA, en asociación con la cúpula menemista que lo benefició con redescuentos del Banco Central, 200 millones de dólares que se esfumaron en las empresas off-shore de las que Iglesias era apoderado.


[iii] Resulta sorprendente que Crespo Campos no haya sido señalado como responsable por sus pares neoliberales en la Legislatura, y que lograra hacer mutis por el foro.


[iv] Telerman fue cronista de Radio Belgrano y de un programa de Badía en canal 13. Vocero de Antonio Cafiero, acompañó a Guido di Tella en la embajada argentina en Washington. También fue por 3 años vocero de César Gaviria, secretario de la OEA; embajador menemista en Cuba, se convirtió en duhaldista y luego aliancista. Al ser suspendido Ibarra, quedó a cargo del gobierno de la Ciudad. Es empresario de espectáculos y dueño de La Trastienda, un boliche que cerro “voluntariamente” sus puertas luego del desastre de Plaza Once (presumiblemente, tampoco reunían condiciones reglamentarias.


[v] López será el funcionario de mayor jerarquía procesado por el incendio. En su descargo ante la Sala Juzgadora de la Legislatura, sostuvo que Cromañón era un boliche protegido por la policía. ¿Cómo aceptó esta limitación?


© 2005, Jorge Luis Devincenzi

1 comentario:

  1. Terrible!! escalofriante e indignante... cuántas irregularidades! Un jefe de gobierno imperturbable, inoperante y preocupado por su futuro político... actualmente pavoneándose impúdicamente , desafía a Macri saboreando la tan esperada vendetta .. Entonces ¿Fue justicia?
    Muy bueno! gracias!

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