domingo, 22 de agosto de 2010

2. Cromañon. Plaza Once en diciembre

Su nombre evoca un hecho histórico controvertido: la decisión porteña de separarse de la Confederación Argentina el 11 de setiembre de 1853, a poco de Caseros.

Plaza Miserere, o Plaza Once, podría ser una de las metáforas más acabadas de la Argentina caótica.

O ni siquiera llega a eso: como muchos talk–shows, es una vidriera ampliada de lo trucho, de las segundas marcas, de todas las perspectivas imaginables de la marginalidad.

Miles de personas van y vienen por ese hervidero humano que es la estación del ex ferrocarril Sarmiento, un edificio que conoció mejores épocas. Si dependiera de la voluntad de la concesionaria, lo construido por los ingleses en el 900 a imagen de la estación de Bombay se habría reciclado según las ofertas de moda: shopping, bingo, multicines. Pero se limitaron a cortarla por la mitad, levantando un tinglado de aluminio en el espacio derribado.

Que esté semiderruido, sin embargo, no es obstáculo como para ser desechado por los que no tienen ni siquiera eso. Un techo es un techo, y como sucede con las guerras de posiciones sin final predecible, es periódicamente ocupado por decenas de familias completas, hombres y mujeres solos, y sobre todo, chicos. Desechos humanos.

Hasta que algún delito, o una nota periodística donde se manifieste el peligro que representan para la sociedad, la suciedad, la trasmisión de enfermedades, la corrupción de menores, el sida, la promiscuidad o cualquier otro argumento, servirán como excusa para que sean desalojados por la fuerza policial. Pasarán algunos días, quizás semanas. La vigilancia se relajará o el piquete policial será destinado a otros objetivos más urgentes, permitiendo la vuelta de okupas, cartoneros, travas, yiros, putas.

Sobre esa población cambiante, las áreas de "desarrollo social" del gobierno suelen aplicar “políticas focalizadas” como paliativo: subsidios exorbitantes para hoteles inhabitables, comedores, hogares de día, sucesivos censos y encuestas. El Banco Mundial ve con buenos ojos, alienta y financia esta mirada fragmentada de la exclusión, y algunas fundaciones (como el Grupo Sophia, sobre el que volveremos) contribuyen vendiendo soluciones focalizadas para cualquier problema y a todo grupo político.

En los alrededores de Plaza Once, los negocios de ropa económica atraen a multitudes que recorren la avenida Pueyrredón y calles laterales sorteando las improvisadas tarimas de vendedores ambulantes de refrigerios sospechosos.

Siguiendo la marea humana, mendigos, mutilados, chicos "de la calle" y prostitutas se mezclan entre los curiosos que miran vidrieras.

Según el humor policial del día, las putas ofrecen su indiferencia en puestos fijos, o simplemente yiran. Desde la mañana aparecen las primeras, las menos atractivas, abuelas y matronas entradas en carnes que deberían estar cuidando a hijos y nietos en un hogar del que quizás carecen. Las más jóvenes van ingresando a media tarde provenientes del primer y segundo cordón del gran Buenos Aires y de las astrosas pensiones de los alrededores, donde una docena de alojamientos recibe a los clientes.

En la plaza, decenas de personas, sobre todo chicos y viejos, se recuestan en los bancos y el césped sucio, esperando la hora de la ración de comida provista por alguna de las iglesias evangélicas que reclutan a sus militantes entre los carenciados y abandonados.

El salvacionismo evangelista, sintonizada con el “empowderment” o “empoderamiento” del Banco Mundial, según el cual todos podemos dejar de ser pobres con solo proponérnoslo,siempre y cuando encontremos primero el Reino de Dios, que son ellos mismos, levanta en los alrededores unos cuantos templos, como los de la Iglesia Universal y Mensajeros de la Paz. Largas colas se forman diariamente frente a los comedores en los que el plato único es precedido por el obligatorio texto bíblico. Los sábados, la Iglesia Presbiteriana de Taiwán, variante escocesa de las doctrinas de Lutero exportada a China por los vendedores de opio, sostiene una cocina de campaña en medio de la plaza y a pocas cuadras de allí hace lo mismo el Centro Islámico.

Personas sensibles, voluntarios y organizaciones no gubernamentales (ong) persiguen a los chicos de Plaza Once: cada una a su manera intenta reintegrarlos o reinsertarlos a un núcleo familiar que probablemente no existe, entretenerlos, analizarlos, educarlos, salvarlos del poxirán, tratar de explicarse que drama personal los ha llevado a semejante situación.

A la altura de la vieja recova, la avenida Pueyrredón está parcialmente interrumpida por el obrador de Roggio S.A. (también dueña de Metrovías y de la ex línea Urquiza) que construye la línea H de subterráneos, de Retiro a Pompeya.

Una corriente humana recorre las escaleras que llevan a la estación de la línea A. Decenas de gatos famélicos se refugian en el espantoso mausoleo gris que guarda los restos de Bernardino Rivadavia, paradigma del unitarismo.

Todo está impregnado de un tufo de suciedad, humo de escapes, olores rancio, polvo y pobreza acentuados por el calor de diciembre. El movimiento es incesante y las calles han quedado angostas para semejante tránsito, que produce un ruido ensordecedor.

Frente a la plaza hay un par de boliches bailables: Latino 11, junto a la terminal del colectivo 68, y la antigua bailanta El Reventón Bailable, desde el 10 de abril de 2004 rebautizada República Cromañón, en Bartolomé Mitre entre Jean Jaures y Ecuador, flanqueado por dos hoteles, un alojamiento y otro de pasajeros, una discoteca que Emir Omár Chabán –excéntrico actor-empresario o empresario-actor– se enorgullecía de haber ganado para el rock y donde Callejeros tenía programado un tercer recital consecutivo la noche del 30 de diciembre de 2004.

Chabán estuvo unido en pareja con la eventual actriz Katja (Catalina) Alemann, medio hermana de los notorios hermanos Juan y Roberto Teodoro Alemann, funcionarios estables de la dictadura, dueños de un diario, y también representantes estables de intereses multinacionales[i].

La muy bella Katja fue aquella que en los años dorados del menemismo había mencionado "el erotismo del poder", refiriéndose a las transgresiones del elenco de gobierno, ante un sorprendido Bernardo Neustadt. Chabán repetíría estos conceptos, adornándolos con frases de su cosecha. Como si el pensamiento de Katja expresara a un sector de la sociedad argentina con merecimientos naturales para la sentencia, en enero de 2005 describió lo que para ella fue un "acto colectivo de inconsciencia". Se refería así, como justificación o excusa, a lo que sucedió ese jueves 30 de diciembre de 2004 en República Cromañón, el boliche de Plaza Once: casi doscientos chicos muertos y otro centenar con secuelas de por vida cuando una combinación de bengalas, sustancias altamente inflamables y salidas de emergencia tapiadas convirtió la fiesta rockera en una trampa mortal.




[i] Los Alemann representan a la Unión de Bancos Suizos, acreedor de la Argentina, que actuó también como consultora en la privatización de los aeropuertos. Por ese asesoramiento, el Estado abonó 32 millones de dólares.
© 2005, Jorge Luis Devincenzi

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