domingo, 12 de septiembre de 2010

22. Cromañon. "Un único código: no queremos que nos caguen"

Fontanet: "Nosotros no le hacemos asco a nada"









“La banda se maneja con un único código: no queremos que nos caguen. Nosotros no cagamos ni bardeamos a nadie, entonces no nos gusta que nos caguen a nosotros”. Con este estatuto elemental, propio del mundo natural, Callejeros se abre camino a codazos en el mundo del espectáculo.
El baterista Eduardo Vázquez interpreta el bardo a su manera: con la cara tapada con una bufanda, fue reconocido por una ex empleada de Chabán, Ana Sandoval, cuando se disponía a cobrar un subsidio como víctima de Cromañón.
Sin territorios compartidos, careciendo incluso del espacio que representaba la música antes que fuera capturado por las grandes corporaciones que controlan las formas masivas de reconocimiento, las identidades de los jóvenes están fuertemente fragmentadas y comparten el desinterés por integrarse a un mundo excluyente, opinó Rossana Reguillo, investigadora de la Universidad de Guadalajara, en la presentación de su libro "Estrategias del desencanto", de editorial Norma.
“El rock, que en algún momento funcionó como un importante espacio de encuentro de identidades juveniles, tiene hoy tantos compartimentos que hace que la música, más que como cohesionadora de identidades juveniles, funcione como diferenciador cultural. Y ahí aparecen los problemas, porque casi todos los jóvenes padecen las mismas crisis pero no hay posibilidad de que traben entre ellos alternativas comunes de respuesta”, dice.
La globalización promueve una fragmentación feroz que repercute sobre los universos juveniles, reduciendo las posibilidades de empleo y educación, por un lado, y sometiéndolos a un mercado que “regula” las identidades haciendo explotar las ofertas de identidad.
La música es el gran elemento cohesionador de las diferentes “tribus” o “guetos juveniles”. O lo era.
Esos jóvenes, según Reguillo, “buscan un relato que no les fue transmitido, necesitan saber cuál es su origen para consolidar una identidad amenazada por la globalización”, y los clasifica sintéticamente en tres grandes grupos:
a) el rave, tecno o electrónico, integrado por jóvenes de clase media y alta con escolaridad secundaria y universitaria, que en Buenos Aires se aglutinan en los festivales Creamfield de Punta Carrasco y otros lugares, donde se consume agua, éxtasis u otras drogras de diseño y pulsos telefónicos[i];
b) una especie de neohippismo que postula una vuelta a los orígenes, con eje musical en el reggae;
c) los neopunks, politizados y más anclados en los sectores populares.
Todos ellos, dice Reguillo, “son grupos cerrados, culturalmente incomunicados, lo que refuerza la estructura de gueto”.
La incomunicación se manifiesta, por ejemplo, en la ausencia de un lenguaje común, el uso de una neolengua que identifica, crea solidaridad interna y aísla, y una simplificación exagerada de la palabra, agudizada por la influencia de la cultura visual y la crisis del sistema educativo.
La clasificación de Reguillo no alcanza para entender el fenómeno de Callejeros y otros grupos similares.
Su politización es elemental. "No empezar a dejar de pensar, que a las masas pensando no las vencerán jamás", dicen en "El nudo", uno de sus éxitos. Pero el siguiente hit (“Una nueva noche fría”) promocionado en las FM planteó un marco de angustia individual: “Solo, como un pájaro que vuela en la noche / Vacío, como el sueño de una gorra / Lleno de nada, sin saber donde ir”, lo que les valió que algunos de sus seguidores acusaran de “conchetos” a los que lo pedían en los recitales.
En las sucesivas entrevistas que el grupo brindó como promoción, se ve así mismos, acaso con alguna exageración, como “herederos” de los Redonditos de Ricota, cuya desaparición habría dejado un vacío, pero a la vez, pragmáticos, no desestiman la posibilidad de incluir “reggae, ranchera, música mexicana”.
Relatando el origen de uno de sus temas, Fontanet habla sin proponérselo de violencia social y despolitización: “entonces te preguntas si es justo que este tipo viva... no tiene ninguna función en la vida, vive al pedo, y encima mató”, lo que evoca una confusión entre la propia realidad (exclusión, victimización, falta de oportunidades, etc.) y las propuestas de reprimir la protesta social provenientes de los sectores sociales ganadores, al estilo Blumberg.
Frente a la acusación de que Los Piojos serían últimamente “caretas”, y que el encasillamiento es perjudicial, Fontanet lo niega: “de gancho nos viene al pelo, nosotros no le hacemos asco a nada”.
Y más adelante: “somos independientes, pero no levantamos esa bandera. Terminamos así porque no tuvimos buenas ofertas. Es una casualidad que los dos o tres contratos que nos ofrecieron no estuvieron buenos. Somos de seguir nuestros objetivos, si nos pagarían (sic) más dejaríamos nuestros trabajos”, refiriéndose a las grabadoras.
Están afuera, pero quieren estar adentro: luego del incendio, sus CD y remeras aumentaron las ventas en un 300%, según los responsables de Musimundo, Yenni y FM Hit.
Transitan así el filo de la navaja entre estar adentro o afuera, ser ganadores o perdedores, que en el caso de la música popular y el deporte se definen por el prestigio social y el poder económico alcanzados, de los que deriva una forma particular de autovaloración visible en las letras.
La función de identificación no es espacial, no está anclada en la zona de origen. Fontanet se confiesa ofendido: “el barrio siempre nos dio la espalda, éramos los loquitos que tocábamos y que decían que hacíamos ruido, y bueno, ahí estamos, ahora hacen banderas”.
Para el psicoanalista Sergio Rodríguez, director de la página web “Fallidos Verbales”, las letras de Callejeros expresan un pesimismo radicalizado: “muchas de sus letras me produjeron escalofríos”, confesó en un reportaje radial[ii].
Según declaró Fontanet en varias entrevistas, el cachet variaba entre 40 y 90 mil pesos por recital. Aceptando que existan importantes gastos organizativos, el rock es un negocio fácil y rápido.
Seis meses después del incendio, un docente, padre de uno de los muertos, hizo conocer una carta abierta a Callejeros:
“No se puede jugar a ser una banda de barrio cuando se moviliza a miles de personas. No se puede hacer como si actuaran a beneficio cuando están facturando con las entradas y con la venta de discos. No se puede mandar mensajes esquizofrénicos a los seguidores con las bengalas o la pirotecnia, alentándolas a veces como la frutilla de la torta y luego decirles que no se puede respirar. Decirles que cuando tengamos la seguridad a cargo nuestro, vamos a dejar pasar todo y al otro día preguntarles ¿se van a portar bien? No se puede hacer un recital en un estadio abierto con 13.000 personas, con despliegue pirotécnico (y con multas de la Municipalidad) y pocos días después meterse en una ratonera para devolver favores. No se puede contratar seguridad y no hacerse cargo de sus fisuras. No se puede decir déjense de joder con las bengalas y mientras sigue el show como si  nada”[iii].
En un foro de internet se leen distintas opiniones: de Gaby, de Beccar: “callejeros putos! ahora contrataron al mismo abogado que defendio a yabran. che,que rocanroleros! haganse cargo de las muertes,amontonaron 6000 pibes como chanchos ,y metieron bengalas (todos sabemos)”. De El Toto 79 de Boedo: “Sabemos bién que todos tenemos un poco de culpa, yo también, por no haber escuchado el prólogo de Presión, por haber prendido alguna bengala, 3 tiros, bombas de estruendo y cosas así...”. De Drogy: “espero que la gente aprenda a no prender vengalas y esas cosas, se pueden prender petardos si me entendes el petardo de jamaica, el mejor no contagia no te enferma y les sirve a los enfermos de sida y cancer para no sufrir”.

El aguante

Los pibes hablan de “aguante” para tan diversas ocasiones que el término parecer haber perdido un sentido preciso. Proviene del fútbol y la cárcel: aguantar al equipo es agitar, vitorearlo, para lograr el triunfo o levantar el ánimo en las malas. También “aguantan” los presos, y en general, todos los victimizados que están sujetos, sin posibilidad de escape, a una fuerza irresistible e injusta. Aguantar es sobrellevar: se construyen códigos, lenguaje y conductas que constituyen eso que se llamará “cultura del aguante”.
Como otros términos (“boludo”, o “careta”) es típico de esa multitudinaria Argentina de los sectores bajos y mediobajos donde la exclusión es un hecho o un peligro diario.
Los temas de Callejeros la expresan. Son populares en cuanto a masivas, pero se despreocupan totalmente por la cuestión estética y resulta imposible evaluarlas desde un canon.
En este sentido, como la cumbia villera y otros géneros, expresan la decadencia de lo popular y no han construido códigos de identificación cultural relacionados con relatos mas abarcativos. Buscan su espacio, a la deriva, en medio de la influencia industrial de la cultura norteamericana.
En ellas, la música debe sonar “como” (Charly, Los Rolling...) de acuerdo a ese aspecto retrospectivo y nostálgico que es una de las patas de la industria cultural globalizada, y funcionan cristalizando el tiempo histórico en un eterno presente. La preocupación es si suena tan bien como los Rolling Stones, o se parece a los Redondos.
El público suele buscar un efecto probado y conocido.
Son cientos, miles o millones en todo el mundo, porque el efecto es mundial. Los chicos aprenden lo más básico de la música, sus acordes más elementales, para intentar “copiar” lo que consideran un estilo, un modo de ejecutar el instrumento. La tecnología digital logra enmascarar defectos o analfabetismo musical y literario, y crea una sonoridad, un esfuerzo creativo y un despliegue falsificados. El objetivo es “tocar como...”.
Al carecer de las herramientas propias del arte, las letras pueden sufrir del descuartizamiento sintáctico necesario para meterlas “a presión” en el ritmo, sin que eso importe demasiado.
Tienen cierto contacto con el “gueto neopunk” que mencionaba la mexicana Rossana Reguillo, aunque no hay una politización en el sentido de cambio sino de desencanto, y con frecuencia, autoritario.
Se trata de los sectores populares adormecidos por décadas de despolitización (compulsiva o por cooptación) cuya conciencia se limita a marcar los efectos más visibles de la caída: la policía brava, la droga, la violencia social. Pero a diferencia de otras catástrofes sociales, como las que retrataran Cátulo Castillo, Homero Manzi y Armando Discépolo, son muy escasas las metáforas poéticas. Todo es en crudo, a la intemperie y con una representación devaluada (melancólica) de su propia imagen: Callejeros, sus banderas y muchos de sus fans, visten de negro. De luto, como actitud y pose a la vez, porque hay un merchandising de por medio, y no puede decirse con certeza que exista una postura ideológica nihilista. Esa imagen trae al recuerdo el asesinato de tres chicos en una escuela de Carmen de Patagones por parte de un cuarto, defendido públicamente por seguidores identificados como punk que citan al nihilismo, y se identifican con Nietszche y Marilyn Manson, todo en la misma bolsa. La horizontalización del pensamiento es uno de los signos distintivos del pensamiento único.
Abundan términos como “atroz”, “muerte”, “nada”, “sin sentido”, “perdición”, “frío”. “A consumirme, a incendiarme”, del tema “Distinto” fue una de las frases finales de Callejeros antes del incendio. Y un tópico omnipresente: la droga, exorcismo o aliento al consumo, no se sabe.
Los empresarios del rock saben que la música, los temas, el grupo y el público, todos juntos son el espectáculo, y como eso significa público, entradas y ganancias, lo alientan: “después empieza a aparecer todo lo demás. Bengalas, banderas y seguir a la banda como si fuera un equipo de fútbol”,dice Fontanet. En declaraciones a un canal de televisión, Martín Bizzio, que se presentaba como manager, declaró: "es la banda que más bengalas mueve del rock argentino. Es la banda más pirotécnica de todas", coincidiendo con Argañaraz.
En un anuncio insertado en la revista Llegás a Buenos Aires, financiada por el gobierno de la Ciudad, se lee: “Callejeros, el grupo de Villa Adelina, cierra el año de su consagración con festival de bengalas en República Cromagnon”.
Desde la década del 90, las bengalas y los petardos comenzaron a formar parte del espectáculo del rock, y si el aguante no existía, entonces no era rock, era careta.
Callejeros fue a la vez víctima y victimario de esa irracionalidad.
Una desobediencia cultural acotada por las leyes de mercado. El aguante definido, limitado, convertido en idea de consumo por Charly García: “Este es el aguante, decímelo a  mí...”
No importan cuestionar los flujos culturales como herramientas de dominación: el objetivo de Callejeros era integrarse a la sociedad de los ganadores.
Entrevista a Raúl Villarreal 26 de enero 2005: “¿qué pasó con la recaudación de esa noche? Se la llevaron ellos; nosotros no vimos un peso. Se llevaron la plata de los tres shows que habían hecho en Cromañón, unos 90.000 pesos[iv]”.


[i] En enero de 2006 el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires propuso prohibir estos festivales, considerando que el consumo masivo de metanfetaminas está probado en esas fiestas.
[ii] “El Tren”, AM 740 Radio Cooperativa.
[iii] Carta del profesor Rodolfo Rozengardt, Director del Instituto de Educación Física de Gral. Pico, La Pampa, DNI 12.753.311, cuyo hijo Julián murió en Comañón.
[iv] Fontanet reconoció que, por su vieja relación con Chabán, pactaban con él un ingreso menor, manteniendo los porcentajes.

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